martes, 15 de julio de 2008

Promesa de gol

1.

Cinco años seguidos, mijito. Cinco años saliendo campeones o pentacampeones, como le dicen en la tele. Y nada tienen que ver con los arbitrajes como dicen algunos envidiosos. O con el hecho que ayudábamos con algo de plata a los jugadores. Nunca nadie defendió esta camiseta por interés. Aquí llegaban los mejores porque sabían que en este club las cosas se hacían bien. Así de simple. Con decirle que la temporada ‘85 salimos campeones invictos, fuimos el equipo más goleador y tuvimos la defensa menos batida. Apenas nos metieron cinco goles. Y todos, pero todos, porque el arquero de ese año, el Loco Huerta (Dios lo tenga en su santo reino!) era lo que se llamaba negado para jugar bajo la lluvia. Todos sabíamos que si llovía a la hora del partido, algún gol iba a regalar y nunca nos equivocábamos. Ese año, como le dije antes, fueron cinco los que le metieron. Y todos igualitos. Salía a cortar un centro y justo cuando parecía que la tenía segura, se le soltaba increíblemente de las manos y con la pelota ahí mismo en el área, dando botes, el delantero rival sólo tenía que puntearla. Nunca logré entender lo que le pasaba. Pero el hecho es que uno de los mejores arqueros que he visto pasar por este club regalaba goles bajo la lluvia. Menos mal que ese año la final la jugamos con cielo despejado y 35 grados de calor.

Pero de todos esos cinco títulos, el que más recuerdo es sin duda, el último, el del año ’88. Cómo olvidarlo si de delantero teníamos a un cabro rubio, patas flacas y goleador como él solo: el Lucas Tudor. No era el de verdad, por supuesto. Ése ya se había ido para Europa o no sé dónde después del Mundial Juvenil del año anterior aquí en Chile. Pero éste, el de nosotros, era mejor todavía. Y como el Miranda había colgado los chuteadores el año anterior, nos cayó del cielo. Si lo hubiera visto Arturo Salah ese año se lo lleva a Colo-Colo seguro. Es que este cabro, mijito, la metía en el arco hasta cuando le pegaba con la espalda. Y por si fuera poco, junto con este goleador de raza, teníamos un equipo de puros guerreros que lo dejaban todo en la cancha, siempre. Qué Bonvallet, motivación ni que ocho cuartos! Esos jugadores se motivaban solitos. Llevaban al deportivo en el corazón y se notaba. Con decirle que salían a la cancha con una cara que daba miedo mirarlos. Yo he sido dirigente de este club durante 29 años ininterrumpidos y nunca me he sentido más orgulloso de un plantel que del que teníamos el ‘88. Me ponían los pelos de punta verlos jugar en ese entonces y ahora que le cuento y me los imagino, se me vuelven a poner, ve?

Como le decía, ése año, a pesar del Lucas Tudor y todos los guerreros del equipo, el campeonato, bah, qué campeonato, la final mejor dicho, fue sufrida. Y la recuerdo con lujo de detalles, como si hubiera sido ayer. Con decirle que hasta me acuerdo de la gente que estaba en el camarín antes del partido, de toda. Yo siempre me acuerdo de esas cosas. Había venido desde Europa uno de mis hijos, el que le conté que se casó con una gringa que conoció aquí mismo en Valparaíso y lo llevé a la cancha para que viera que el fútbol en Chile también se juega bien y que el Club Deportivo Alianza era un ejemplo de buen futbol. Entonces, ahí estábamos en el camarín, mi hijo y yo, los dirigentes en pleno, los jugadores, el entrenador que en ese tiempo seguía siendo el profe Fuentealba y el Mora, que era al aguatero y que por superstición, se había puesto el mismo polerón rojo que había usado el año pasado, en la final contra el Cruz del Sur. Todos sabíamos de la importancia del partido y que los títulos anteriores no valían de nada. El único título que importaba era el que se empezaba a disputar en 15 minutos y terminaba después de 90. “El fútbol es presente y la vida también”, les dijo el profe al final de la charla y nunca se me olvidó. Después que terminó de hablar el profe Fuentealba hicimos el grito de guerra liderado por el Bernales: “Ceache iii, ele eee, chi, chi, chi, le, le, le, Club Deportivo Alianza de Chileeee!” Y cuando los cabros salían del camarín a firmar la papeleta y yo me aprestaba a ir a sentar a las graderías con mi hijo y quizás de lo puro nervioso que estaba con lo del partido, se me ocurrió decirle al Lucas Tudor: “Oiga, Luquitas, si hace un gol me lo dedica, estamos?. “Dos, me respondió. Le prometo que hago dos goles hoy día”. Y me cerró el ojo. Como usted entenderá, mijito, después que el goleador del equipo me hizo tal promesa, me fui junto a mi hijo rumbo a las graderías, mucho más tranquilo.

2.

El primer tiempo de ese partido fue parejo y sobre todo, intenso. No se dieron respiro en ninguna parte de la cancha. Los defensas estaban impenetrables y el mediocampo era un campo de batalla. El equipo no marcaba diferencias y el Lucas Tudor no la agarraba ni por si acaso y la verdad, no era porque el cabro no se estuviera entregando por el equipo, sino que era más bien porque los defensas del Deportivo Unión Cerro Alegre no lo dejaban ni respirar. El entrenador de ellos había puesto dos jugadores que lo seguían a todos lados y le pegaban de lo lindo. Así cómo iba a hacer goles! Lamentablemente, el hincha no siempre es de lo más comprensivo y observador y como además se olvida fácilmente de sus ídolos, la agarraron con el pobre goleador. Al principio fueron un par de comentarios y algún grito perdido. Sin embargo, los últimos cinco minutos del primer tiempo esos comentarios y gritos perdidos se transformaron derechamente en chuchadas en contra del Lucas Tudor.

Cuando el árbitro terminó el primer tiempo, como buen dirigente y también por superstición (porque no sólo el Mora tenía sus rituales) me fui hacia al camarín como lo había hecho en todas las finales anteriores. Eso sí, dejé a mi hijo en las graderías. No me parecía correcto, me entiende? Al profe Fuentealba le gustaba dar la charla del entretiempo entre los que éramos no más y yo no era quién para aguársela. Uno como dirigente eso lo sabe porque, como se dice, conoce los códigos porque no solo los jugadores conocen. Los dirigentes de fútbol, también. Entonces, cuando llegué al camarín en busca de las palabras alentadoras del profe me encontré conque la cosa no andaba bien. Los jugadores, todos, sin excepción, discutían y se echaban la culpa unos a otros de no poder haber hecho un gol todavía. El profe Fuentealba los miraba no más y movía despacio la cabeza, como decepcionado. De repente, en medio de la discusión, el Pedro Cruz, el 6 que teníamos, se fue encima del Juanito Osses directo a pegarle un puñete y ahí claro, la cosa se puso demasiado fea y lo tuvieron que parar entre varios porque el Cruz era una bestia y si agarraba al Osses, que era flaco, chico y patas chuecas, lo mataba ahí mismo.

Cuando las cosas finalmente se calmaron y el profe Fuentealba dejó de mover la cabeza en señal de decepción, sólo atinó a decirle a los jugadores que los títulos se ganan en equipo y que él no veía por dónde íbamos a ser capaces de conseguir el quinto campeonato si entre los jugadores no hacían más que criticarse y retarse cada vez que alguien se equivocaba en un pase o no llegaba a las coberturas. Les dijo que era imperioso (esa misma palabra usó porque el profe de hablar sabía) que cambiaran la actitud y que mejor se quedaran en el camarín o se fueran para la casa si no iban a salir a luchar juntos. Desde luego, nadie se quedó en el camarín ni se fue para la casa. Uno a uno fueron saliendo en dirección a la cancha.

3.

Cuando el Cerro Alegre metió el 1-0 un escalofrío me recorrió el cuerpo. A pesar de las palabras antes de salir al segundo tiempo, el equipo se caía a pedazos. Y con la expulsión del bruto del Cruz a casi 20 minutos del final, la verdad es que las esperanzas eran muy pocas. La barra entonces, decepcionada, la agarró de nuevo con criticar a los jugadores y en especial con el Lucas Tudor que a estas alturas ya ni tocaba la pelota y se llevaba todas y cada una de las chuchadas. Era como si la gente creyera que la solución al problema era descargar la rabia precisamente con el único jugador que podía salvar al equipo. Entonces no aguanté más y me fui a la cancha a exigir lo que era mío. Porque como el goleador me había prometido dos goles, tenía que cumplirme. Las promesas funcionan de esa manera, no le parece? Y ya sé que quizás el Lucas Tudor lo había dicho por decir, pero yo lo conocía y le tenía una fe más grande que una casa y sabía que el era capaz de sacar ahí mismo del hoyo a nuestro glorioso club deportivo. Por eso lo hice, por eso me fui a un lado de la cancha y lo llamé y le dije lo que le dije. Porque yo puedo ser muchas cosas pero chueco no soy y traidor tampoco. A mis jugadores yo los defiendo y cuando están mal, los aliento. Y en este caso, el Lucas necesitaba una palabra no más, un recordatorio.

- ¿Por qué no se deja de leseras y cumple con la promesa que me hizo en el camarín?, le dije, ahí, a un lado de la cancha.
- ¿Cuál promesa?, me respondió.
- Los dos goles, poh, mijo. Los dos goles que yo sé que usted puede hacer en estos 10 minutos que quedan.- En serio?, me dijo.
- Y claro que es en serio, puéh!, le dije bien fuerte.
- Y entonces por que chucha me gritan y me agarran tanto a chuchadas?, me respondió enojado.
- Bueno, le dije, las chuchadas y los gritos son de gente que no le tiene fe y yo sí le tengo y bastante. Y si bajé hasta aquí es porque no puedo hacer nada para callarlos pero usted sí y sólo eso quería recordarle.

Lo que me tocó presenciar después de esa pequeña conversación con nuestro delantero no se lo he visto ni a Leonel Sanchez ni a Carlitos Cazely y menos al “Bam-Bam” Zamorano. De hecho, soy un convencido que cosas como esas tienen que pasar en canchas chicas y perdidas porque de televisarlas, quedaría la embarrada. Imagínese pueh, si todo el país hubiera visto lo que le pasó a este cabro! Como le decía, después del recordatorio al Lucas Tudor quise volver a sentarme al lado de mi hijo para ver el partido pero mientras subia los respectivos peldaños de la gradería me di cuenta que la gente se paraba de los asientos y abría la boca y por un momento creí que llegaba pero fue cuando se empezaron a agarrar la cabeza que supe que no tenía tiempo y me di vuelta rápido para ver por sobre mi hombro derecho como el Lucas Tudor terminaba de pasarse al arquero y así, despacito y de zurda la metía adentro del arco del Cerro Alegre. Para qué le cuento como estaba el estadio! De verdad pensé que iba a explotar y nos íbamos a quedar sin cancha. Mi hijo, en menos de un par de segundos ya estaba al lado mío, abrazándome y saltando y yo, a esa altura estaba tan sorprendido como emocionado. Y no es que creyera que porque habíamos hablado, usted sabe, el Lucas Tudor y yo, el cabro había hecho lo que había hecho. Si no que, cómo le explico? El fútbol y el Deportivo Alianza son mi pasión, mi familia, mi vida y ver como la gente volvía a creer en el equipo y este cabro volvía al sitial que le correspondía me llenaba de orgullo y le daba sentido a mis años de dirigencia. Porque ser dirigente no es fácil. La gente cree que es una pega que la puede hacer cualquiera pero ya los quisiera ver teniendo que convencer jugadores y entrenadores, asegurandose que la camisetas y los chores esten listos para los partidos, organizando bailables, haciendo el turno, entre tantas otras cosas. No, mijito, no es nadita de fácil.

4.

1 a 1 estábamos entonces. Quedaban 7 minutos y para qué le digo como estaba de nerviosa la barra. Lo que estos gallos no sabían era de la promesa. Por eso cuando me miraban con cara de “y, no estái preocupado?” yo les cerraba el ojo y con la manos les hacía así, “tranquilos, tranquilos”. Entonces, y justo depués de hacerle con las manos y volver la vista a la cancha que pasó lo que pasó. El Lucas Tudor arrancó por la derecha y cuando le salió el lateral, tic, amagó como que se iba por afuera y rapidito y con un toque corto se metió para adentro y lo dejó sentado y ahí no más enfilo rumbo al arco. Con la habilidad que tenía yo sabía que iba a llegar hasta la cocina y cuando le salió el central, tac, le movió el hombro como que se iba hacia adentro y con el borde externo se la llevó para la izquierda y el defensa, un cabro que era marino y no era nada de malo, quedó masticando tierra. Entonces, levantó la cabeza y preparó la pierna derecha para fusilar al arquero.

Yo sé que usted está esperando que le diga qué pasó despues del gol. El segundo, el que me había prometido. Y de no haber sido por el Sanhueza lo hubiera hecho con lujo de detalles. Pero el gol nunca llegó. El Sanhueza, volante de contención del Cerro Alegre era mal intencionado de verdad. Lo que usted ve ahora con la FIFA y el “fair play” el Sanhueza se lo metía por ahí mismo. Pasaba la pelota o el jugador pero los dos, nunca. Y esta vez, el muy desgraciado le hizo honor a su fama y cuando el Lucas Tudor levantó la pierna derecha para rematar, este animal se metió por el lado izquierdo y sin que nuestro delantero lo viera (de haberlo visto estoy seguro que también lo hubiera amagado) se barrió para quebrarle la pierna izquierda. Sólo para eso. El ruido del hueso lo escuché como si hubiera estado al lado. Si, tal cual. Tibia y peroné. No hizo ningun intento por tocar la pelota. Tan terrible fue la patada que ni sus compañeros salieron a defenderlo cuando se le fueron encima cuatro de nuestros jugadores y el Mora. Hasta el árbitro se hizo el loco. Después de sacarle tarjeta roja se guardó el pito y no sacó ninguna tarjeta más a pesar de la pateadura que se comió el Sanhueza. Imagínese.

Y ahí estaba el pobre Lucas Tudor, abatido por el dolor esperando que el Becerra llegara con la camioneta que lo llevaria al hospital. El dolor que sentía el cabro se podia sentir en el ambiente pero el que sentia por no haber podido meter el segundo, sólo los sentíamos él y yo. El sabía tan bien como yo que de no haber sido por ese animal en este mismo minuto estaríamos celebrando y la gente del deportivo lo estaría llevando en andas al camarín para luego ofrecerle vino y comida y una vez comidos y tomados, pedirle perdón por todas las chuchadas y la falta de apoyo. Y el Lucas Tudor, educado como siempre, solo habría dicho que no importaba, que entendía como son las cosas. Pero no pudo ser. No podría ser. Sin tibia ni peroné, el Lucas Tudor no se podía levantar y meter ese tan preciado segundo gol.

- Disculpe, don Miguel – me dijo mientras todavía estaba en el piso aguantándose el dolor.
- No se preocupe, mijito - le dije aguantándome las lágrimas.
- Era gol, don Miguel, era el segundo gol – repetía mareado por el dolor.

El partido lo terminamos ganando en penales. El Lucas Tudor no volvió a jugar nunca más. Entre la operación y la recuperación nunca pudo volver a ser el mismo y por eso prefirió colgar los chuteadores. Y lo entiendo. Si yo hubiera sido él, hubiera hecho lo mismo.

5.

Lo veo poco al Luquitas pero ayer me lo encontré camino al mercado. Alto y flaco como siempre se acercó a darme un abrazo. Me preguntó por el equipo y cómo andábamos este año. Se disculpó por no irme a ver a la casa y le dije que estaba bien, que no se preocupara. Me contó de su hijo y que se estaba probando en el Everton de Viña del Mar. Le pregunté de qué posición jugaba y me dijo que como él, era delantero. -“Ojalá juegue la mitad de lo que jugabas tú”,- le dije medio en serio medio en broma. El Lucas Tudor se rió de buena gana. Me dijo que si no resulta lo del Everton lo va a traer al deportivo. Y que este fin de semana sí que se da una vuelta por la cancha. Nos despedimos con abrazo fuerte. Le dije que se cuidara. -"Cuídese usted también”,- me respondió amable como siempre.

Después de comprar lo que tenía que comprar en el mercado me fui caminando a la casa y me puse a pensar en la final aquella, en todo lo que pasó ese día. Y justo hoy usted viene a la cancha y me pregunta por alguna anécdota, por algún recuerdo y yo por supuesto no me demoré nada en acordarme del pentacampeonato como le dicen en la tele, del profe Fuentealba y sus enseñanzas, del bruto del Cruz y su expulsión, del Mora y sus supersticiones, de mi hijo en Europa y sobre todo del Lucas Tudor y de sus goles y de la mala suerte de cruzarse con el desgraciado del Sanhueza que no lo dejó cumplir su promesa en la final por allá por el año '88. De todo eso me acordé mientras caminaba de vuelta a mi casa y usted justo que me pregunta. Qué coincidencia, mijo. ¿No le parece?

lunes, 14 de julio de 2008

Algo sobre jugar a la pelota

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Cuando se juega a la pelota, el fútbol con sus tácticas y estrategias simplemente no tienen cabida. No hay estructura ni formaciones ni planteamientos. No hay técnicos ni preparadores físicos. Nadie impone límites. La libertad es total y absoluta.

Cuando se juega a la pelota, no hay uniformes. A los oponentes y sobre todo a los compañeros, se los conoce de memoria y con eso basta. Las decisiones no las toma el árbitro sino que cada cobro es decidido por la mayoría y cuando no hay consenso, simplemente se resuelve a través de la sencilla pregunta: "gol o penal?".

Cuando se juega a la pelota no importa que los arcos sean construídos con palos, piedras, ropa o árboles. Tampoco importa que no haya travesaño. La luz artificial corre por cuenta de la companía de luz y sus respectivos postes.

Los hinchas son simplemente aquellos que muchas veces, para acortar camino, pasan indiferentes por la cancha (claro que existen también los "barrabrava", que no son más que los vecinos a quienes tanta pasión no les hace gracia y cada vez que cae a una de sus casas, se quedan con la única pelota disponible). Los dirigentes no existen y la única preocupación de los organizadores del partido es que hayan suficientes jugadores por lado.

Cuando se juega a la pelota la fama no trasciende más allá de cuatro cuadras o el siguiente parque o barrio. No se piensa en salir con modelos. Convencer a la polola que se pare 15 minutos a ver el partido ya es todo un logro. Jugar en el extranjero es el equivalente a una prueba en las cadetes de algún club o un llamado para jugar por la selección escolar de la ciudad. No se piensa en contratos ni premios ni primas. Una bebida y un sándwich al final del partido son la mejor paga.

Cuando se juega a la pelota la felicidad entra por todos lados, como una invasión, a raudales. El mundo cabe en un partido y la vida, sospechosamente, nos entrega mucho más de lo que pedimos.

Cuando juega a la pelota el hombre se encarga de dictar, dulcemente, su propia y larga condena.

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Cuentos de Fútbol: "De Música Ligera"


Cada vida tiene un soundtrack, cada persona guarda canciones y música en su memoria. A través de una melodía somos capaces de transportarnos a lugares y momentos específicos de nuestras vidas; el primer beso (o el último), el cumpleaños del viejo antes que se fuera de viaje para siempre, el verano del '97 con los primos del interior, los recreos en el colegio, el campeonato de atletismo, el viaje de egresados, la Universidad y las noches de exceso, etc. Siempre existe en nuestro baúl de recuerdos alguna canción que nos devuelve ese pedazo de vida que se llevó el pasado.

Hace algunos días me viene rondando la idea de escribir sobre fútbol y el soundtrack de la vida, que en este caso es la mía. Canciones o discos que me recuerdan mundiales, jugadores, partidos, jugadas, goles. Momentos que a través de un simple play, vuelven rápidos, acelerados, fulminantes y me llevan de vuelta frente a la tele, al estadio, de viaje, o simplemente echado en el piso de casa, junto a la radio, escuchando partidos añejos.

Recuerdo, escucho y sale esto:

Diego A. Maradona y el Mundial de México, 1986: Michael Jackson. Ninguna canción en particular y todas a la misma vez. El cantante de pop americano sonaba de manera ininterrumpida en las radios nacionales mientras yo pegado al televisor, estupefacto, intentaba entender cómo hacía Maradona para meter aquellos goles. En el entretiempo de los partidos que mi viejo y yo mirábamos religiosamente, recuerdo haber ido a mi pieza y con un guante negro en la mano, haber intentado caminar hacia atrás como lo hacía Michael.

Una vez terminada la transmisión, pelota en mano y sin el guante negro, me iba al patio a patear y a amagar plantas, imitando al Diego.

Holanda campeona de Europa, 1988: "Careless Whisper", Whamp!. Mi vieja adoraba esta canción. Todas las mañanas antes de empezar las transimisiones de la Eurocopa que Holanda; de la mano de Ruud Gullit, Marco Van Basten y Frank Rikjard entre otros, terminó ganando dando cátedra, el canal nacional pasaba video clips y esta canción era titular (?). Mi vieja me abrazaba mientras cantaba en un inglés errático y yo, con apenas 7 años, no entendía por qué la mina del video lo dejaba llorando (a George Michael) y se iba sola en el avión.

Mundial de Italia, 1990: "Una State Italiana", Canción oficial. Mi viejo me preguntó por esos días que quería de regalo para mi santo y le dije que me gustaría tener el cassette del Mundial. Y mi Viejo me dio en el gusto. Durante todo el Mundial, rigurosamente, mientras alucinaba con los goles y desbordes de Claudio Paul Caniggia, fue lo único que escuché. Mi hermana mayor, desde su pieza, me miraba con cara de lástima.

Mundial de Estados Unidos, 1994: "Killing in the name of", Rage Against the Machine. Fue el primer Mundial al que tuve la oportunidad de asistir. Tenía 13 años y mi papá, fanático del fútbol, decidió que sería bueno que viera un Mundial en vivo, en persona. Al llegar a USA todo me parecia increíblemente ajeno y sentía un temor nuevo, una inseguridad que, mirado desde lejos, tenía poco y nada de sentido. Sin embargo y para armarme de valor, mientras caminaba por la calles de New York, retrocedía una y otra vez el tape para escuchar la canción de esta excelente banda gringa.

Iván Zamorano y el Real Madrid, 1994-95: "Voy a ganar", Miguel Bosé. La temporada 94-95, Iván Zamorano veía como junto con la llegada de Jorge Valdano al Real Madrid, su espacio en el equipo estelar, se esfumaba. El argentino declaraba públicamente que Zamorano debía irse del Real si quería jugar (incluso llegó a referirse a él como el "sexto extranjero") y el chileno, en vez de aceptar las numerosas ofertas provenientes de toda Europa, prefirió quedarse.

Aquella temporada, Iván Zamorano fue "Pichichi" de la liga y el Real Madrid campeón.
La canción (muy popular en los '80) la pusieron de fondo en un entrevista que le hicieron a Zamorano por aquellos años y nunca más me pude sacar de la cabeza la relación [entrevista-jugador-incidente-canción]. Cada vez que la escucho (cosa que no pasa muy seguido), me vuelve a la memoria la historia aquella del chileno doblándole la mano al entrenador, superando la adversidad.

Mundial de Francia, 1998: "Clandestino", Manu Chao. Justo antes de viajar a Francia a ver mi segundo Mundial, un buen amigo me pasó el cassette de Manu Chao para que lo escuchara en mis horas de ocio por tierras francesas. Los recuerdos de Europa y de la fiesta vivida en esos días (sobre todo el segundo gol de Salas a los italianos) vuelven veloces, raudos y nuevos cada vez que escucho este melódico e increíble disco.

Copa América Paraguay, 1999: “The Masterplan”, Oasis. Chile dio vuelta un partido increíble contra Colombia por el grupo aquella Copa América, el hermano de mi buen amigo Rodrigo (Mauricio Aros) se perdió un penal en la semifinal contra Uruguay y la selección terminó su participación en la Copa sin pena ni gloria perdiendo 2-1 ante México por el tercer lugar. Además, mi hermana y yo nos odiábamos oficialmente, no podía conseguir novia por ningún lado, faltaba a clases a lo menos una vez por semana y mis sueños de jugar en primera empezaban a agarrar forma. Todo esto pasaba mientras escuchaba esta canción de la banda inglesa que me ayudaba a combatir (o quizás a empeorar) la incertidumbre de lo que se venía.

Mundial Corea-Japon, 2002: “Legiao Urbana, MTV Acustico”, Legiao Urbana. El Mundial coincidió con mi primer año en Estados Unidos. Todo nuevo, todo sobrecogedormente extrano. Gran campeonato jugó Brasil; Ronaldo, Ronaldinho y Rivaldo dieron una muestra de buen fútbol al mundo entero y el “Fenómeno” se aburrió de hacer goles (8 y a lo menos uno por partido). Coincidentemente, empecé a escuchar música de esas tierras y “Legiao Urbana” no pudo ser un mejor comienzo.

Eurocopa, 2004: Michalis Chatzigiannis (?). Grecia gana la Eurocopa por primera vez en la historia y cómo no, de manera heróica. Un grupo de amigos griegos con los que trabajaba en un restaurante por esos días, se juntaban a ver los partidos. A medida que el equipo fue avanzando, las fiestas antes de cada partido se hicieron una tradición. Los gyros, baklavas y spinakopita (comida típica), el ouzo (trago tradicional) eran acompañados por la infaltable música de este cantante que a pesar de no entenderle una palabra de lo que cantaba, le puso melodía a mis días de fútbol y amigos griegos.

Mundial de Alemania, 2006: “Baptism”, Lenny Kravitz. El primer partido del Mundial me encontró un poco fuera de mí. La noche anterior a la inauguración un amigo y yo decidimos esperar el partido en vela (estúpidas ocurrencias de dos personas con muy poco que hacer y sin trabajo. Además, mirándolo en retrospectiva, no sé si Costa Rica contra Alemania valía la pena!). Las drogas y el rock and roll de Lenny se encargaron del resto.

Chile-Venezuela, Eliminatorias 2008: “Vos sabés”, Los Fabulosos Cadillacs. Chile sacaba un empate ante Venezuela y el punto no era tan malo (considerando que Chile está bastante lejos de ser una potencia futbolística). En el hospital, esperando el nacimiento de mi primer hijo, miraba el partido en mi laptop mientras mi esposa trataba de aguantar las contracciones. Como el relato era de un espantoso canal venezolano que encontré en internet, puse mi CD de los Fabulosos Cadillacs de fondo con una canción ad-hoc. A un minuto del final, Suazo metió el 3-2 y los tres puntos se fueron para Chile. Mi hijo nació esa noche, todo un ganador.
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